Dublin es una de esas ciudades a las que siempre he querido ir. Después de dos años viviendo en Londres, siempre he escuchado que la capital irlandesa es como la capital inglesa pero con mejores “vibes”. Ambiente alternativo y buenrollismo que se hacen palpables desde el minuto uno, donde sus habitantes son muy agradables y acogedores.

En un respiro de pandemia, mi amiga Rosa y yo compramos los billetes que nos costaron 30 euros ida y vuelta. Haciendo uso de mi privilegiado descuendo por trabajar en Hilton Hotels, el hotel también fue una ganga. El Hilton Garden Inn Dublin Custom House es una buena opción de alojamiento céntrico en la ciudad con vistas estupidendas al río Liffey.

Lo que más me sorprendió, en tiempos de Covid, fueron las cautelosas medidas de higiene. No pudimos hacer uso del restaurante porque permanecía cerrado pero había un pequeño lounge en el que el huésped podía servirse de snacks, bebidas e incluso otros enseres de higiene y cuidado personal como champús, geles de baño, cepillos de dientes, etc.

Nuestra estancia fue corta pero intentamos exprimir el viaje al máximo aún teniendo en cuenta que Irlanda seguía en cuarentena y muchos establecimientos seguían cerrados o limitando la entrada o sus actividades.

Galería de arte en Temple Bar

Día Uno: zona centro y fábrica Guinness

A mi, que me encantan los colores, los graffitis y las casas de apariencia antigua, no daba a basto con las fotografías. Puedo decir que la zona centro y el distrito de Temple Bar son mis lugares favoritos, allí donde se congrega la oferta artística y cultural y el ocio nocturno, que de nuevo, por la época que vivimos, se ha visto interrumpido.

Uno de los tantos callejones artísticos en el centro de Dublín

Nada más llegar al aeropuerto cogimos un autobús que por tres euros y treinta céntimos te lleva al mismísimo centro de Dublín. Aquí quiero mencionar la app de Tricount que ha sido la cabeza pensante en cuanto a temas financieros se refiere. Para quien no conozca la app, es una muy buena herramienta para compartir gastos.

En cuestión de treinta minutos, el autobús nos dejaba en la avenida principal y la más grande de Dublín y de toda Europa: O´Connel Street. Aquí se encuentra la estatua del líder que da nombre a la calle y el monumento The Spire. Éste está considerado como el más alto del mundo llegando a alcanzar los 119 metros, que el cuello te hace volteretas para poder ver el final del, vulgarmente hablando, “palo de acero”.

Una vez que llegamos al hotel y nos acomodamos, decidimos patear y buscar un garito bueno, bonito, barato, para comer y birrear. Primero hicimos un buen registro de fotos, al paisaje y a nosotras mismas. Cogimos fuerzas y seguimos la andadura hasta uno de los objetivos de cualquier viajero que pise Dublín: la Guinness Storehouse, donde nace y se produce esta rica bebida a base de agua, cebada, lúpulo y levadura de cerveza.

Guinness o’clock

Ésta es una atracción tan interactiva que te sentirás como un niño en un museo de ciencia. Aunque el final del tour no se recomienda para menores de edad, ni tampoco para “flojos”, ya que la cata de cervezas en la azotea del edificio con vistas espectaculares a la ciudad, no es solo la guinda del pastel, sino una tarea para valientes.

Eso sí, es muy recomendable comprar las entradas con anterioridad. Hay distintos precios, el que incluye la cata es de 30 euros y sin cata son 15 euros.

Otras atracciones que vimos durante esa tarde fue la Iglesia Christ Church Cathedral, el barrio del Temple Bar y callejones llenos de reivindicaciones artisticas.

Graffitis en Temple Bar

Temple Bar: opción de noche y de día

El cuerpo siente la llegada de la noche, sobretodo cuando estás en una ciudad nueva e inexplorada. Y si eres Español tienes dos objetivos: música y alcohol. Lo del alcohol lo conseguimos.

No era fin de semana, sino un miércoles cualquiera y casi todo permanecía cerrado, pero nuestras ganas de ponernos nuestro vestidazo y salir de pubs eran de una fuerza inestimable.

Así que breve paradita en el hotel, a ponerse monas y a salir en busca de música. Nuestro plan era disfrutar de un concierto de música irlandesa, y de hecho lo intentamos concienzudamente pero fue un completo fail. Aún así nos contentamos pegándonos un festín en un restaurante tex mex que no voy a recomendar porque ni es típico, ni recuerdo el nombre.

Temple Bar es una muy recomendada opción, tanto de día por el color de sus fachadas, sus graffitis, galerías de arte y teatros; como por la noche en la que la oferta de ocio se dispara con incontable número de pubs que ofrecen comida y cervezas típicas y música en vivo.

Edificios en el distrito Temple Bar

Día dos: de parques y compras

Al día siguiente nos quisimos centrar en lo importante: compras (aunque al final no compramos nada) y también recorrimos un parque atestado de patos y flores de colores.

El parque en cuestión es St. Stephen´s Green Park localizado en la zona del centro de Dublín. No fue casualidad que llegáramos hasta allí, pues justo al lado se encuentra la zona comercial Grafton Street. Además de belleza inusual, con un lago enorme, fauna repleta y flores de mil colores, es un remanso de paz y desconexión en pleno centro. También es el parque más grande de Dublín.

Callejones cerca del área comercial de Dublín

Un día y medio en Dublín no fue suficiente para contemplar su belleza pero eso es lo que más nos gustó de este viaje: que queríamos más, nosotras, las insaciables.

Entre visitas culturales, artísticas y naturales también tuvimos tiempo de degustar café y tarta de pistacho, cerveza irlandesa, charlamos con sus habitantes y nos hicimos fotos en innumerables iglesias y graffitis, que son la esencia de Dublín.

Momento tarta y café

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