Voy en una barca, emocionada porque voy a ver hipopótamos y siento como una manita fría roza mi pierna. Hay un niño, de unos 10 años que mira mi piel y toca la tela de mi pantalón, cuando me giro para mirarle, aparta rápidamente la mano y mira hacia otro lado. Es tímido y seguro que piensa que soy de otro mundo. Pero una vez más lo vuelve a intentar, y como él lo hace tímidamente y con curiosidad, decido cogerle la mano y le acaricio los dedos. Él por fin sonríe y se acerca más a mí. Saco un zumo de la mochila y se lo doy, pero no sabe cómo bebérselo porque lleva una pajita y creo que no ha visto nunca una, así que le ayudo. Intento hablar con él pero no sabe inglés, solo su lengua indígena, una de las 10 que existen en el país.

Estoy pensativa tras mi semana en Gambia, porque sí, seguramente el niño piensa que soy de otro planeta y lo cierto es que somos de mundos distintos. Él vive en uno en el que el turismo sexual, la ablación del clítoris, la circuncisión, el matrimonio infantil, el trabajo infantil y la no escolarización son el pan de cada día. Niños que viven estas circunstancias en la sombra pero solo piden dulces y libretas y bolis porque son curiosos y quieren aprender. Gambia se abre en democracia después de una dictadura larga y la esperanza, además de asfaltar carreteras, sea asfaltar los pilares del aprendizaje para tumbar esas tradiciones ancestrales que provocan la muerte a millones de niños en toda África.

Ayer en el tren de camino a casa reflexioné, como siempre hago cuando vuelvo de un viaje tan intenso. Jamaica me tuvo en vilo durante meses, pero el choque moral que me traigo desde África creo que ha sido incluso mayor. Las comparaciones son odiosas, pero al final siempre se caen en ellas. Sin menospreciar la situación que se vive en el Caribe, África necesita de un empujón con la fuerza de un superhéroe para que cambien muchas, muchísimas cosas.

Desde mi piel de turista, he de admitir que he tenido una experiencia única, viviendo intensamente la vida africana, respirando con profundidad su naturaleza, su gente, sus tradiciones. Ahora es cuando llega el momento de asimilarlo. Cuando cubro viajes para la revista vivo unas experiencias muy intensas, pero casi siempre desde la perspectiva turística.

África ha sido una cara distinta, la cara local, algo que agradezco porque yo soy más aventurera que otra cosa, y embarcarme en las raíces de lo profundamente local me apasiona. Pero una vez más, la realidad supera la ficción. Los documentales, libros, películas y reportajes te acercan a las realidades que viven los niños en África, pero una vez te adentras y logras verlo con tus propios ojos, es cuando de verdad tomas conciencia.

Tengo muchas cosas que contaros acerca de mi fantástica experiencia avistando hipopótamos, acariciando cocodrilos y serpientes u observando todo tipo de aves y monos, pero no será en este post. Con motivo de que hace dos días fue el Día Universal del Niño quería hablaros de cómo viven ellos en este continente tan subdesarrollado todavía.

Cómo decía al principio, Gambia estrena una democracia que promete un crecimiento de las calidades de los gambianos. Un crecimiento que bien sabemos será largo, costoso y lento, pero irá dando sus frutos. Tras una dictadura que azotó durante unos 20 años al país, sus gentes se ven animadas con el cambio. Nuevas carreteras se están asfaltando, quizá éste sea el primer paso para la esperanza, sin caminos no hay progreso. Carreteras necesarias para establecer conexiones con las zonas más rurales, como Janjangbureh, donde nos alojamos en el Baobolong Camp, o Tendaba, donde también pasamos una noche rodeados de la naturaleza más remota.

Carreteras necesarias para transportar alimentos, agua potable y otros enseres y recursos para la vida básica que garanticen una cierta calidad. Por supuesto, en esta zona es más fácil avistar a una hipopótamo que una persona blanca, el turismo no está muy enraizado aún, aunque cada vez con más frecuencia nos dejamos sucumbir por los encantos de la África más profunda.

Allá donde vas hay niños, niños por todas partes que juegan, ríen, corren, cantan…. Lo que hacen todos los niños, ¿no? Pues en realidad aquí también los ves trabajar, ayudando a sus humildes familias a ganarse el pan. El trabajo infantil en África está bastante arraigado y son pocos los niños que logran escolarizarse porque la educación en estos países suele costar dinero. Hay muchos que reciben ayudas para poder asistir a la escuela, pero también otros muchos que no tienen el privilegio y acompañan a sus padres en sus labores diarias. Es el caso del niño tímido de la barca que tocaba mi pantalón, él acompañaba a su padre y todavía no sabía inglés, a pesar de tener 10 años.

El 95 por ciento de la población en Gambia es musulmana, que al igual que los judíos, practican la circuncisión a los niños cuando éstos son aún muy pequeños y por temas ceremoniales en los que un brujo o chamán, practica la escisión con la misma cuchilla a todos por igual, por lo que el SIDA está ahí, en esa cuchilla.

Es un rito ceremonial en el que tras la circuncisión el niño pasa la noche en la selva, piernas separadas y algo de comida, al parecer éste es el procedimiento que se sigue para la sanación del corte, no es que sea tradición puramente musulmana (sí lo de la circuncisión, pero no el método).

Otra de esas tradiciones ancestrales es la mutilación del clítoris. Más bien realizada por cuestiones culturales que religiosas, muchas culturas indígenas africanas contemplan esta práctica, cada una con su nivel de realización, desde un corte, hasta la mutilación y otros grados más graves. En algunos países africanos está prohibido pero en Gambia se sigue practicando.

Cabe decir además que ya no solo África asume esta costumbre, sino otros países de Oriente Medio, Asia e incluso se realiza en España y Colombia, según datos del Fondo de Población de las Naciones Unidas. Aunque en estos últimos se realiza con menor medida y está penado por la ley. El reto para la ONU es erradicar esta costumbre para 2030, ya que millones de niñas mueren cada año o les ocasiona graves problemas urinarios, infecciosos, en el parto o incluso problemas de salud para el recién nacido.

El camino a seguir es fomentar la educación y la información sobre las repercusiones de esta tradición. Conseguir la ayuda política necesaria en los países donde se realiza y propiciar una buena asistencia sanitaria, con herramientas y recursos necesarios para abordar el problema y abrir los ojos a madres y padres que todavía están a favor de realizar la mutilación a sus hijas.

Gambia es el país de los niños, en la costa de la sonrisa, que te tienden la mano y te muestran esos dientecillos desaliñados propios de su corta edad y su poca experiencia, que les deja fuera de toda decisión, convirtiéndoles en las personitas más vulnerables, pero aun así curiosos y con ganas de aprender. Ellos son el futuro y pronto serán ellos los que puedan decidir, sobre sus hijos, sus costumbres y tradiciones y sobre la esperanza de un país.

NOTA: Para más info sobre la Mutilación Genital Femenina (MGF), la Fundación Wassu UAB, con sede en Gambia y España, trabaja para la erradicación de esta práctica a través de la Iniciación a la No Mutilación, “No imponemos el cambio, empoderamos”, a través de un método científico, respetuoso, sostenible y holístico proporcionan informaciones y la ayuda necesaria para generar un cambio no impuesto, cambiar percepciones y empoderar a las personas para ser capaces de tomar decisiones.

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